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Roberto Giacomelli
•La disc-jockey Heidi Howthorne trabaja en una emisora especializada en música rock en la ciudad de Salem, Massachusetts. Una noche recibe un "regalo" de una banda musical desconocida que se hace llamar los Señores de Salem y que pronto tendrá un concierto en su ciudad. El regalo es una caja de madera que contiene un vinilo con una demo de la banda. Heidi lo escucha y queda inmediatamente impactada, casi hipnotizada por los sonidos que emite el disco. Al día siguiente, la disc-jockey decide transmitir la canción de los Señores de Salem en la radio y la misma sensación hipnótica de desorientación es percibida por otras oyentes. Heidi comienza a caer en un estado de condicionamiento progresivo, como si esa música la hubiera marcado en el alma. Cuando el escritor experto en folklore local Francis Matthias se entera del incidente, comienza a sospechar que los Señores de Salem están de alguna manera conectados con las brujas que en el pasado fueron condenadas y ejecutadas en esa ciudad.
Probablemente, gracias a su pasado en la música metal, dotado de un fandom ya activo desde hace años, y gracias también a una fidelidad al género de terror que ha sancionado un estilo bien preciso, Rob Zombie es hoy uno de los pocos nuevos gurús del panorama cinematográfico de terror reconocido como tal por la casi unanimidad de los espectadores.
Comenzando su carrera con dos películas que se convirtieron rápidamente en verdaderos cult-movies, "La casa de los 1000 cadáveres" y "La casa del diablo", Zombie fue luego promovido a producciones de cierto peso al hacerse cargo de dar un nuevo comienzo a la saga de "Halloween". Quizás sea justo por causa de las dos películas sobre las hazañas de Michael Myers, que han dividido definitivamente a los fans entre entusiastas y decepcionados, que Zombie ha decidido dar marcha atrás con su nueva película "Las brujas de Salem", una producción mucho más contenida que las dos obras anteriores de Dimension Films y seguramente menos comercial, más cercana al mundo loco del rockero/director.
Sin embargo, al ver "Las brujas de Salem" surge una enorme duda en el espectador respecto a las intenciones del autor: ¿a quién está dirigido este film? Porque si por un lado está claro que Rob Zombie buscaba en esta obra un medio de redención hacia la mala experiencia productiva ligada a los dos "Halloween" (de los que nunca ha hecho secreto), con una película más personal, por otro lado parece casi que el director quiera inexplicablemente comunicar su deseo de distanciarse también de ciertas películas que lo han convertido en el autor amado que es hoy. Es como si con "Las brujas de Salem" Zombie quisiera decirle al espectador más exigente que siempre ha snobbeado su cine "¿Ves? ¡Yo también soy capaz de hacer una película de autor y no solo esa mierda llena de violencia, sexo y palabrotas!". Pero Rob Zombie debe entender que si hoy tiene una legión de fans acérrimos que lo defienden a espada incluso fuera del ambiente musical, es justo gracias a esa adorable "mierda llena de violencia, sexo y palabrotas"... se le da bien hacer ese tipo de películas y cada vuelo pindárico que guiña el ojo a Jodorowsky o a Kubrick - como de hecho es "Las brujas de Salem" - no es adecuado para él. Porque ese halo de autoría "seria" que envuelve "Las brujas de Salem" es torpe y solo comunica una gran, inmensa presunción que de un anarquista del gran pantalla como Rob Zombie no nos esperaríamos.
Narrativamente hablando, "Las brujas de Salem" es bastante desastroso: el tema es muy simple e innecesariamente alargado, le falta completamente de ritmo, de eventos destacados, de un verdadero clímax y de una división natural en actos. La película está constituida por un único bloque narrativo gigante y pesado, interrumpido de vez en cuando por algunos flashbacks relativos al pasado de brujería, la historia nunca engrana y los personajes tampoco se desarrollan, no tienen un trasfondo y la mayoría de ellos ni siquiera una utilidad para la historia contada. Todo descansa sobre los hombros de la disc-jockey Heidi, interpretada por la esposa del director Sheri Moon (que aquí ostenta el lado b más que en el pasado aunque la actriz está visiblemente envejeciendo), pero el personaje no logra crear empatía con el espectador y la misma actriz, aunque indudablemente buena, no tiene ese carisma y esas capacidades para sostener una película entera sobre sus hombros.
"Las brujas de Salem" busca comunicar más a través de imágenes individuales que a través de una historia normal para seguir y mientras nos quedamos en el territorio del iconográfico y del figurativo, la película funciona incluso, con algunas escenas de composición casi fotográfica que resultan indudablemente fascinantes. A la larga, sin embargo, este ostentar el lado "artístico" de la obra cansa, irrita casi, y comienza a emerger una especie de soberbia por parte del autor que deja el tiempo que encuentra.
La película, a diferencia de las anteriores obras de Rob Zombie, es muy sobria en violencia y brutalidad, centrándose de manera a veces insistente en una vena fuertemente blasfema que ataca el cristianismo para celebrar alegóricamente la Fe de manera "alternativa".
No faltan referencias y citas al cine del pasado, aunque en este caso los referentes son menos ostentosos y ligados a sugerencias menos específicas (hay algo de "El señor del mal", "Halloween III", "Muerte a 33 revoluciones", "La piel de Satán", "El gran inquisidor"), mirando a menudo a modelos más "altos" de lo habitual, como los ya citados Jodorowsky (freaks, referencias a la iconografía cristiana, simbolismos), Kubrick (tiempos dilatados, división en días de la semana) y Polanski (misterios condominiales, paranoia).
Reparto como de costumbre compuesto por viejas glorias habituales, como Ken Foree, Sid Haig, Bruce Davidson, Dee Wallace y Michael Berryman, y de nueva adquisición como Judy Geeson (la recordamos por "Inseminoid"), Meg Foster ("Ellos viven"), Patricia Quinn ("The Rocky Horror Picture Show") y Andrew Prine ("Grizzly", "Amityville: Possesión").
Seguramente "Las brujas de Salem" dividirá mucho a los espectadores, es una obra demasiado imperfecta para dejar indiferentes, lamentablemente lo que emerge a primera vista es el aburrimiento y el exceso de presunción de un artista que debe demostrar innecesariamente que lo es, dejándonos de hecho solo con un ejercicio de estilo.
Prueba de nuevo, Rob.