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Cristina Russo
•Pinocchio 964 es un androide programado para satisfacer los deseos sexuales de una mujer rica, pero cuando muestra signos de disfunción eréctil, ella lo echa, tirándolo como un desecho al mundo real. Una vez fuera, desorientado y confundido, Pinocchio conocerá a Himiko, una chica callejera que decidirá cuidar de él. Pero las cosas no irán bien y será el comienzo de una pesadilla delirante sin fin.
Obra controvertida y difícil de asimilar la de Shozin Fukui, a menudo y erróneamente comparada con "Tetsuo" de Tsukamoto. "Pinocchio 964" es una película que se regodea alegremente en lo weird, derivando hacia el cyberpunk más extremo y perturbador. El director crea un producto ciertamente peculiar y único en su género, utilizando un lenguaje cinematográfico no canónico y tan arduo que transforma la visión en un suplicio. El escenario es el de la gran metrópolis japonesa, donde, entre la indiferencia de la multitud, Pinocchio toma conciencia de su condición de máquina y, ayudado por la joven Himiko, comenzará a humanizarse anhelando venganza contra sus astutos constructores. Fukui retrata un estatus social y generacional esclavo del placer, del consumismo, donde la unicidad del individuo pierde significado para dar paso a una artificialidad ostentosa e inhumana. La metáfora, espejo real de la sociedad, por muy sugerente y veraz que sea, se pone en escena a través de un estilo excesivamente impactante que toma el control tanto de la construcción narrativa -si es que así se puede llamar- como del sentido mismo de la película.
De clara matriz posmoderna, la película no es más que un amasijo de imágenes, a menudo colocadas sin lógica alguna con el único propósito de desorientar al espectador. El director japonés explota los temas típicos del cyberpunk de los ochenta para dar rienda suelta a ciertos manierismos de estilo realmente molestos: la fotografía es un columpio de colores, desde el verde ácido, al blanco y negro, hasta la oscuridad total; el sonido es malo; el montaje es esquizofrénico. Todo se lleva al extremo y los innumerables episodios delirantes están tan diluidos en el tiempo que provocan más de un bostezo. El guión carece por completo de pegamento y se tiene la impresión de asistir a una serie de sketches independientes unos de otros, a veces incluso cómicos. No faltan momentos impactantes, como la parte en la que Himiko vomita durante unos 10 minutos en los pasadizos del metro (!!!).
Los dos protagonistas se retuercen como locos durante toda la duración de la película, como si acabaran de salir de una fiesta rave con alto contenido alcohólico, en una atmósfera psicodélica y de ciencia ficción salpicada de personajes grotescos.
Aunque la connotación política y social típica del género sea fascinante y de gran interés, la película simplemente no funciona. Contextualizar la película, aceptando los sinsentidos, las elecciones de estilo y el ritmo obsesivo, sirve de poco: el resultado es, de todos modos, desastroso. Lo que querría ser una obra maestra de arte metafísico intelectualoide, es en realidad una obra altamente pretenciosa, exagerada, pesada e irritante. 1 hora y 40 minutos interminables, pasadas entre el desaliento de no haber entendido nada y la esperanza de un final rápido e indoloro.