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Alessio Gradogna
•Max Renn, propietario de una cadena de televisión pornográfica por cable, descubre por casualidad una estación clandestina que solo transmite torturas, mutilaciones y asesinatos. Superando su inicial repulsión, queda fascinado por la morbosidad de las imágenes transmitidas, investiga su origen y termina comprendiendo gradualmente, en su propia piel, cómo ese señal televisivo es en realidad una especie de tumor que entra en su cerebro como una droga, llevándolo, en una espiral paroxística de locura, a la dependencia y al asesinato.
Una de las películas más complejas de Cronenberg, maestro en plasmar los temas queridos a su poesía (la mutación del cuerpo, las excrescencias tumorales que se insinúan en el ser humano hasta modificar su apariencia y comportamientos), tomados y ampliados hacia una lógica posmoderna que pone de manifiesto la absoluta condena del medio televisivo (que justo en esa época, principios de los años 80, comenzaba a penetrar definitivamente en las conciencias individuales), verdadera prótesis artificial de los sentidos e instrumento hipnótico del que se vuelve imposible sustraerse.
La caída de un excelente James Woods hacia la locura es para Cronenberg la caída de la raza humana misma, atraída inexorablemente por la violencia y la morbosidad (como será, extremando aún más su significado, en "Crash") e incapaz de controlar su mente.
Woods primero inserta una cinta de vídeo en el interior de su propio cuerpo, luego entra físicamente dentro de la televisión (gracias a los excelentes efectos especiales de Rick Baker), y la realidad que lo rodea adquiere contornos indefinidos y oníricos en los que el límite entre moralidad y perversión se anula en favor de un voyeurismo incontrolado que compromete las células cerebrales del hombre llevado por naturaleza a su propia destrucción.
Así, Cronenberg anuncia con gran antelación los peligros inherentes al uso espasmódico del medio televisivo, y pasados veinte años no podemos más que afirmar que tenía toda la razón. La televisión nos devora a cada instante, y James Woods en "Videodrome" es solo una de las muchas víctimas, tragado por la pérdida de toda división entre realidad y ficción.