AC
Andrea Costantini
•Meg, una adolescente de la ciudad, y su hermana menor discapacitada Susan fueron confiadas al cuidado de la tía Ruth, una especie de madrastra educadora que controla a todos los niños del vecindario. La antipatía de la mujer hacia la chica recién llegada es evidente, pero se desata en pura locura cuando Meg establece una tierna amistad con David, el buen chico del vecindario. Con la ayuda de algunos niños del pueblo, Ruth lleva a cabo un plan mefistofélico contra la chica, manteniéndola secuestrada en su sótano. En 1965, en Indiana, EE. UU., una niña llamada Sylvia Likens fue mantenida prisionera por Gertrude Baniszewski, una mujer que debía cuidar de la niña y de su hermana. Con la colaboración de algunos niños del vecindario, la mujer mantuvo a la niña prisionera, torturándola y finalmente matándola de manera tan atroz que describieron el caso como el crimen más terrible jamás cometido en el estado de Indiana. Historia verdadera atroz, realmente ocurrida hace cincuenta años. "The Girl Next Door", basado a su vez en la novela homónima de Jack Ketchum, narra precisamente los hechos inspirados en el brutal asesinato ocurrido en los años sesenta en perjuicio de la niña. Stephen King ha expresado opiniones más que positivas sobre la película. Parece haber dicho que es la primera película verdaderamente impactante desde los tiempos de "Henry: Portrait of a Serial Killer", una especie de versión oscura de su "Stand By Me". Quizás el Rey del terror exageró al decir eso porque han salido muchas películas repugnantes, desagradables y malsanas en los últimos años, pero se sabe que él de horrores se entiende, por lo que no podemos hacer más que confiar en él. Dicho esto, cualquiera que haya visto la película sabe muy bien que llegar al final de la película no es un paseo. Ambientada en los años 50, la película comienza como un amarcord, no el felliniano ni el nostálgico de Peggy Sue y los drive-in, sino recuerdos de una infancia que marcó la vida de muchas personas, fantasmas del pasado que nunca dejarán de manifestarse, tumores inextricables que laten bajo la piel. El David adulto, en las primeras escenas de la película, deja entrever que sus recuerdos relacionados con la infancia no son rosados y que su vida ha sido arruinada por algo que aún vive dentro de él, en edad avanzada. Todo culpa de la tía Ruth, una mujer de mediana edad que acoge en su casa a todos los niños del vecindario. Y también a las dos nuevas chicas recién llegadas a la ciudad, Susan y Meg. Con una historia así, en la que los elementos principales son una mujer perversa, niños violentos, inmoralidades sexuales y vejámenes a una adolescente de catorce años (en la realidad, Blythe Auffarth tenía veintidós años en el momento de la película), las posibilidades de crear una película que hiciera hablar de sí misma por la exageración y que generara una legión de curiosos de ánimo perverso, estaban al alcance de la mano. En realidad, las depravaciones son más contadas que mostradas (una vez más, show, don't tell se revela una carta efectiva para jugar), por lo que no esperen ver sangre o desnudez porque se equivocaron de historia. No por eso la película resulta menos válida. Al contrario, las violencias, algunas realmente terribles, solo se vislumbran y coadyuvan al resultado hacia una eficacia no indiferente. Una buena prueba de dirección para Gregory Wilson, en su primer trabajo de cierto peso, una obra por unos pocos centavos girada con una frialdad digna de un profesional del género. Hay también una buena gestión de los actores, jóvenes desconocidos y no siempre a la altura, pero que resultan creíbles en sus repugnantes roles de verdugos y esclavos de una diabólica bruja perversa. De vez en cuando, la atención decae, especialmente durante los largos monólogos (locos lo suficiente) de la tía Ruth sobre la educación y el respeto que debería tener Meg, pero todo se levanta en la última parte, donde estalla la violencia.