VD
Vincenzo de Divitiis
•Inglaterra, 1941. La Segunda Guerra Mundial está en pleno apogeo y Londres es víctima de un feroz bombardeo por parte de los alemanes, obligando a la población a esconderse en refugios subterráneos. Eve Parkins y Jean Hogg, dos maestras y cuidadoras de un grupo de huérfanos, deciden escapar y encontrar refugio con sus niños fuera de la ciudad, más precisamente en la deshabitada mansión Eel Marsh House. No pasará mucho tiempo, sin embargo, para que fenómenos paranormales inquietantes y misteriosas desapariciones hagan que la estancia sea todo menos tranquilizadora y comiencen a sembrar una estela de terror y muerte. Cuando la casa, antes segura, se transforma en una casa de los horrores, Eve pide ayuda a Harry, un joven piloto, para investigar qué está sucediendo y las razones de tales eventos aterradores. La investigación revelará una terrible historia relacionada con el pasado de los antiguos inquilinos, no sin giros realmente sorprendentes.
Para describir el estado actual de la renacida Hammer es oportuno recurrir a una comparación con el mundo del fútbol, cuya historia está constelada de equipos que, en décadas ya lejanas, supieron coleccionar éxitos y títulos a repetición para luego eclipsarse hasta desaparecer en el anonimato en el que navegan actualmente. He aquí, esta es Hammer: una casa de producción con gran blasón y orgullosa de una historia que representa motivo de vanidad, pero al mismo tiempo un obstáculo en cuanto la casa inglesa se encuentra en una incómoda vía de medio entre la voluntad de mantener la identidad tradicional y la de adaptarse a los nuevos lenguajes del cine de terror contemporáneo.
Incertidumbres e indecisiones que se transformaron en productos que, excepción hecha del bueno "Blood Story" (remake del noruego "Let Me In"), han ampliamente decepcionado las expectativas y hecho torcer el gesto a los aficionados del género, desde el impalpable thriller condominial "The Resident" hasta el innecesario "The Origin of Evil". Para elevar un poco la media, sin embargo, está "The Woman in Black 2: Angel of Death", secuela del poco brillante thriller de tinte sobrenatural de 2012 con Daniel Radcliffe, que representa sin duda una de las cumbres más altas alcanzadas por Hammer desde su renacimiento. En esta ocasión, no encontramos al timón a James Watkins, sino a Tom Harper, autor hasta ahora dedicado principalmente a series de televisión y a sus primeras armas con el género de terror. Inexperiencia pagada todo menos a un precio caro ya que el trabajo se presenta como una historia de fantasmas gótica lejos de estar exenta de defectos, pero sí bien dirigida y cuidada tanto en el guión como en la representación del miedo.
El gran mérito de este segundo capítulo es el de centrar su atención de manera más decidida en el universo infantil, y para ello se sirve de la figura de Edward, un niño de personalidad sombría y oscura cuyas fragilidades, debidas a la pérdida de sus padres, se convierten en terreno fértil para el espectro que planea en la casa. Para hacer aún más efectivo y fuerte el sentido de miedo emanado por este personaje, está la interpretación del pequeño Oaklee Pendergast, muy bueno para entrar en el papel y conferir a Edward un aspecto siempre en equilibrio entre lo tranquilizador y lo maléfico. Es pues uno de los grandes protagonistas de una historia caracterizada por una gran atención a los diálogos y, más en general, a la caracterización de los personajes. Una demostración más es la manera en que se delinea a Eve, también ella figura controvertida y con un pasado misterioso que permite al director dar vida a varias escenas de componente onírica estimulante, siempre de fuerte impacto en una historia de fantasmas.
Más que convincente también la capacidad con la que Harper logra rendir al mejor una tensión que se apoya en las atmósferas inquietantes de la Eel Marsh House y en los clásicos estereotipos del género: en la escena, por tanto, se alternan voces siniestras, crujidos de suelo y saltos sonoros, utilizados en los momentos justos y sin exagerar. La escena en la que Edward queda encerrado con llave en la habitación durante unos segundos es una pequeña perla, ya que el juego de sombras y primeros planos de inquietantes muñecos proporciona una sensación de ver-no ver que deja al espectador la posibilidad de imaginar lo que está ocurriendo. Hay que destacar también la fotografía de George Steel, funcional para crear una atmósfera onírica y espectral, y una banda sonora bastante siniestra y adecuada al clima de la historia.
Los defectos, lamentablemente, no faltan y se manifiestan en la introducción del personaje de Harry, que se revela como el clásico y soso guapo de turno poco incisivo que teje una relación de simpatía con la protagonista. Es precisamente al joven piloto (interpretado por un poco convincente Jeremy Irvine) al que están ligados los momentos de mayor cansancio de la historia, ralentizada en algunos de los momentos clave por diálogos empalagosos e impregnados de un sentimentalismo fuera de lugar. Para completar el reparto de protagonistas está también Phoebe Fox, valiente en los papeles de una maestrilla valiente y decidida.
En resumen, podemos decirlo: Hammer está volviendo !! aunque el camino es aún largo...
