RG
Roberto Giacomelli
•Una pareja en busca de aventura, a pesar de las advertencias de un enano encontrado en el borde de la carretera, se dirige al pueblo de Grockleton, un lugar habitado por locos que se dedican a la caza del hombre. Simultáneamente, Marcus, un adolescente un poco "nerd", también termina en Grockleton, cayendo también en las garras de los aldeanos locos.
A veces hay que ser realista y darse cuenta de que si no se tienen los medios, ciertas cosas no deberían hacerse. A Peter Stanley-Ward no le importa y, aunque obligado a romper su hucha para reunir algunas monedas más, armado de buena voluntad y el software de efectos especiales más económico del mercado, reúne uno de los films más desastrosos y profundamente feos de ver entre los que han llegado a nuestras videotecas en los últimos meses.
"Small Town – La ciudad de la muerte" ("Small Town Folk", en el original) es comparable al producto low budget más destartalado que se pueda encontrar en el mercado, una opereta de pocas libras que el inglés Stanley-Ward, además de dirigir, escribe, fotografía, interpreta, monta, produce, decoración, graba y crea los efectos visuales… en resumen, un verdadero "One man show"! La voluntad del factótum es ejemplar y cierto talento detrás de la cámara hay, visto el gusto a veces visionario y las ingeniosas ideas de dirección, pero el resultado deja realmente perplejo. Lo que más sorprende es el uso y abuso de efectos especiales digitales absolutamente no a la altura de una película que quiera llamarse así; un panteón de CGI de pacotilla que crea explosiones, salpicaduras de sangre y elementos del paisaje. Para no hablar luego de la mala idea de rodar más de la mitad de la película utilizando la técnica del fondo verde, es decir, haciendo actuar a los actores delante de un telón verde y añadiendo en la fase de postproducción los escenarios recreados digitalmente: el resultado final, obviamente, es terrible, una serie de fondos postizos con tanto de corrección de color aproximada y recortes mal hechos. Uno se pregunta entonces por qué, visto el resultado, el director no optó por rodajes reales, que habrían hecho evidente de todos modos la naturaleza extremadamente independiente del proyecto, pero al menos habrían evitado ese molesto sentido de "falso" que impregna cada plano.
Técnicamente, un desastre, pues, pero artísticamente las cosas no cambian mucho. Si se excluye la búsqueda de la dirección de la que ya se ha hablado, la película es un concentrado de fealdad siempre y en todas partes. El guión es como si no existiera, la película avanza por inercia entre situaciones vistas y revistas mil veces en otras películas - "2000 Maniacs" y "No abras esa puerta" sobre todo - y asume connotaciones de repetición desarmantes (en práctica es siempre la víctima que huye por el bosque y los locos que persiguen y/o hacen trampas). Los diálogos oscilan entre lo sórdido y lo ridículo (a veces voluntario, sin embargo) y para empeorar las cosas hay un reparto compuesto casi exclusivamente por debutantes, reclutados entre amigos y familiares del director, que ofrecen una actuación que, para decir amateur, es un cumplido. Entre el relativamente numeroso número de personajes se pueden reconocer sólo Howard Lew Lewis ("Robin Hood – El príncipe de los ladrones") y Warwick Davis (el duende de la serie "Leprechaun") que aparecen en un cameo.
Si los personajes "normales" no tienen prácticamente caracterización sino que son arrojados a la historia como simple carne de cañón, los locos rednecks "malos" también dejan mucho que desear. Stanley-Ward ha apostado por la extravagancia de personajes grotescos que van desde el demente interpretado de manera demasiado enfática al cazador estrábico que no es más que un personaje cómico todo a la vez. Una mención particular justo al look de los dos hermanos espantapájaros (uno de los dos interpretado por el propio director, para cambiar) que parecen salidos de una banda de metal como Slipknot.
Moderadas las escenas cruentas y, desafortunadamente, en línea con el resto, claramente falsas por falta de medios adecuados. Otra reprimenda para la coreografía de las escenas de acción que, a pesar de su complejidad, están rodadas particularmente mal.
En resumen, la esencia de lo feo a la que la escandalosidad de algunas ideas no en sintonía con los medios exiguos de la producción da un valor añadido de evitabilidad.
Es un misterio que "Small Town" haya gozado de tanta visibilidad.