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Marco Castellini
•Con "Terrifier 3", Damien Leone continúa llevando la franquicia hacia un territorio aún más extremo, construyendo un capítulo que apunta abiertamente a convertirse en un culto del horror moderno. Ambientado en una atmósfera navideña deliberadamente perturbadora, la película juega con el contraste entre la iconografía festiva y una violencia ultragráfica, transformando cada escena en un paradoja visual diseñado para impactar.
El regreso de Art the Clown es el eje central de la película: una presencia muda, gélida e impredecible que Leone utiliza como un auténtico motor de tensión. La interpretación de David Howard Thornton mantiene esa fisicalidad grotesca que ha caracterizado la saga desde el primer capítulo, haciendo que cada aparición de Art sea una combinación de humor negro y puro terror.
A nivel técnico, "Terrifier 3" muestra un notable salto de calidad: una fotografía más cuidada, un ritmo más compacto y un uso de efectos especiales prácticos que evoca explícitamente la tradición del splatter de los años 80. Es precisamente en este punto donde surgen las primeras críticas: la escalada gráfica, aunque ejecutada con maestría artesanal, en ocasiones corre el riesgo de volverse gratuita. Algunas secuencias, aunque impactantes, parecen construidas más para superar los límites del capítulo anterior que para sostener realmente la narrativa.
La historia avanza con un mejor equilibrio en comparación con "Terrifier 2", gracias a una trama más lineal y personajes menos sacrificados. Sin embargo, la película permanece firmemente anclada en una estética del "demasiado" que podría dividir al público: quienes buscan un horror puro y crudo quedarán satisfechos, mientras que aquellos que prefieren un enfoque más psicológico podrían sentirse abrumados por un exceso casi programado de gore.
En definitiva, "Terrifier 3" es un horror que no acepta compromisos: ambicioso en su construcción visual, radical en su violencia y consciente de su identidad. Una película que confirma la saga como un referente del splatter contemporáneo, dejando abierto el debate sobre el límite entre arte y puro sensacionalismo.
